La escritura fue el último refugio,
pero también el último fracaso.
Desmedidamente se enterraban mis palabras,
retorciéndose en mí.
Espinas con vida propia. Luces confusas. Delirios. Devaneos.
No hubo plegarias, no hubo encuentros.
Sólo el sonido hueco de un cuerpo que ya no quería sostenerse.
La noche avanzó silenciosa, se astilló de estrellas.
Me quemaba. Los suspiros de vida se volvían azules,
casi tenues.
Se escondieron en los rincones de la habitación,
en la penumbra,
entre los escombros de un corazón carcomido.
El abismo ya estaba aquí, siempre estuvo.
Barbitúricos. Silencio.
Un último pensamiento que no logró convertirse en palabras.
No quiero ir- nada más- que hasta el fondo.