Escribías con la ceniza aún tibia
en las manos,
con el frío de la celda
hecho verso
y la esperanza como una herida
que no deja de cantar.
No buscaste consuelo,
sino verdad.
No fingiste belleza,
la arrancaste del humo,
del barro,
de la sangre del mundo.
Decías: “Después de todo, todo ha sido nada,”,
y sin embargo tus palabras
siguen aquí,
como brasas bajo la lluvia,
como sombra fiel
que no se borra del alma.
Tú supiste que la alegría
puede doler más que la tristeza,
que el tiempo es una trampa
que nos enseña
a recordar lo que nunca fue del todo.
Poeta del hierro y la transparencia,
del abismo doméstico
y el amor que no se nombra
pero se tiende como una mano.
Fuiste piedra y fuiste música,
y tus versos aún golpean
como campanas
en los pasillos del corazón.
La memoria no te olvida
porque tú fuiste memoria:
la del que calló gritando,
la del que vivió escribiendo
para no morirse del todo.