La costumbre me lleva a tu cuerpo, a tu escondite,
al hueco donde tú sangre hierve,
a tu ambiente de pecado y fuego, a tu pelvis mi fe,
antes de que él llegue...
No te diré nada, en mi éxtasis al verte,
solo acariciar tus labios con mis ojos cerrados y hollar tu carne,
como un prefijo que se junta con una consonante,
unidos por el placer que se ofrecen...
Soy tu sacerdote inconfesable,
pero me resultas a todas luces irrenunciable,
la mecha encendida de lo posible,
al lograr que nos quememos en tu infierno terrible...
Antes de que él llegue,
abordemos en silencio nuestro idilio amante,
una inquietud apasionante,
que nos produce el placer de que nadie nos localice...