Desde el desierto que arde en silencio, hasta los valles que susurran memoria, camina un poeta con versos de fuego, hijo del viento, del tiempo y la historia.
Wigo se llama, y su voz se alza como los cóndores sobre los Andes, tejiendo en la noche palabras claras que brillan como lunas grandes.
No reniega del dolor ni de la herida, pues sabe que de ahí nace la flor.
Como Mistral, honra la vida sencilla,
como Neruda, busca el amor.
El misticismo de Zurita lo acompaña, la osadía de Huidobro es su reflejo,
pero su paso es único en la montaña,
pues cada poema es su propio espejo.
Resiliencia, ternura y cosmos latente, construyen su templo verso a verso,
una voz chilena, fuerte y presente, que en la raíz del alma siembra universo.