Pasó el tiempo, sí, como la niebla esquiva,
hilando silencios que no dictó un final.
Y hoy te vi, mi vista, mendiga y furtiva,
donde el alma encontró su pulso original.
Paradójicamente, la distancia forjó puentes.
No fue el adiós, sino un paréntesis del ser.
Se me erizó la piel, ¿lo crees? Un escalofrío
que no anunciaba frío, sino un fuego ancestral.
Quizá tu indiferencia fue el don más sombrío:
no me viste, y pude verte en tu esencia real.
Pura y vibrante, en la calma de tu aura.
Qué irónico que en la ceguera ajena, uno ve más.
Y me alegro por tu paz, esa quietud que enarbolas,
aunque sepa que el cosmos palpita en tu interior.
Mi amor, un faro ciego en todas las auroras,
desea tu plenitud, sin preguntar tu dolor.
¿Quién podría juzgar la quietud de un volcán?
La superficie calma es un arte.
Te he dicho \"te amo\", palabra ya desgastada,
que no abarca el abismo que hay entre los dos.
Mas mi convicción es una flecha lanzada
que en el blanco de tu esencia encuentra su voz.
\"Hecha a mi medida\", susurro al infinito,
como si un dios ciego tejiera nuestro rito.
El cronos discurre, mas no mide los lazos.
Un río incesante donde el tiempo es apenas arena.
Nos une un lenguaje que escapa a los abrazos,
una melodía que la ausencia no frena.
Y en la lectura, el más noble de los rumbos,
hallar tu senda es un milagro entre escombros.
Un eco atemporal, una verdad que jamás tumba.
JTA.