I
Tejías paz en la jornada,
con voz de antigua melodía,
donde el amor se recogía
como flor recién regada.
Tu alma nunca fue callada,
sino faro en la tormenta,
madre inmortal que sustenta
el arte de ser abrigo,
con ese paso tan digno
que en la memoria se asienta.
II
Tus manos, libro sagrado,
hablaban más que el consejo,
y aún el silencio más viejo
se hacía sabio a tu lado.
El tiempo, por ti guiado,
se rendía a tu presencia,
y en cada gesto, la esencia
de tu ternura vivía,
como una luz que encendía
la raíz de mi conciencia.
III
Fuiste amor sin condiciones,
fuiste cimiento y semilla,
la flor que nunca se humilla
ante el viento y sus lecciones.
Tus suaves conversaciones
eran abrigo y destino,
luz que alumbró mi camino
cuando no había claridad.
Hoy vive tu voluntad
dentro de mí, sin desvío.
IV
Ni el calendario te alcanza
ni el tiempo puede borrarte,
porque lograste quedarte
donde la fe no se cansa.
Eres raíz, eres lanza,
voz que aún guía lo incierto,
susurro que en mí está abierto
como un eterno legado,
la flor que sigue a mi lado
aunque camines al viento.