Aquí arriba,
-Solitarios pero sin abandono-
Nos asomamos como polluelos
desde un nido de vigas y concreto.
Pescando las ansias ocultas,
y descubriendo, que las memorias,
son mucho más que memorias
cuando nuestros pasos
se miran de frente.
-Vemos la ciudad desnudarse-
más estrellada y viva que el cielo nocturno.
Sus constelaciones
transitando
calles y avenidas de todos sus barrios,
trozos de nebulosas desencajadas
navegando
en sus ríos tristes de agua fría.
-Apresurados-
por descubrirnos,
prestamos
las manecillas
a ese reloj
que pacientemente nos aguarda.
-sin prisa y sin juzgarnos-
Bordamos a mano
los recuerdos sobre la piel,
tatuajes que el alma guarda,
y que el tiempo no oxida
ni abandona.
Nuestras almas
se derriten,
como dos cubitos de hielo
en una misma copa.
A ratos,
sos vos mi suspiro;
de pronto,
soy yo tu sombra;
y en otras tantas veces,
somos nosotros
un solo mar,
sin islas y sin costas.
La ciudad deja de ser nuestra
y nos abandona con
algo más que las memorias.
Nos quedarán las astillas,
clavadas en calendarios vacíos.
Los suspiros en la cornisa,
las risas sobre la mesa,
nuestra piel viviendo
bajo las uñas.
Incubando un amor,
que se consume
en las brasas de una espera.
Ahí quedamos, y ahí nos llevamos
un poco de recuerdo, un trocito de nosotros,
ahí como injertos que crecen
y florecen en distintas estaciones.