En la soledad, él halló un jardín secreto,
donde brotó la fuerza que nadie sembró,
la serena certeza de un destino perfecto,
y un valor sagrado que en su alma floreció.
Se hincó de rodillas, no por culpa o por duelo,
sino porque la luz le ofreció sosegar,
y al mirar hacia dentro, más allá del anhelo,
vio que su herida era un portal para sanar.
Y en aquel silencio brilló su resplandor,
con el alma serena, libre y sin temor,
pues había encontrado en su propio interior,
la fuerza infinita del perdón y del amor.
Laura Meyer