Poeta de las manos callosas,
del sol de las huertas y las trincheras,
del amor que se aferra
al cuello del cuello amado.
Tú escribías con la savia de la tierra,
con la rabia del grito y el beso.
La muerte te llamó
cuando aún tenías mucho que decir
sobre el hambre y la esperanza,
sobre las cicatrices del cuerpo
y las huellas del alma.
Tú, que dijiste \"te quiero\"
en la voz rota de los que luchan,
en el susurro del niño que nace,
en la verdad más cruda,
te fuiste antes de tiempo,
pero dejaste tu verso sangrando.
El hombre que amaba a la mujer y a la patria
no conoció la tregua, pero encontró en la palabra
una guerra de amor que nunca se extinguiría.
“Para la libertad, sangro, lucho, pervivo”
y aún resuenan esos ecos en los campos
de Alicante, en las trincheras del alma,
en los ojos que miran hacia un horizonte sin fin.
Tu poesía se toma como un aliento
aún presente, como la sangre que late
en el pecho de los olvidados,
como la llama que no se apaga
en el rincón del corazón.
tú no moriste,
sólo te fuiste a sembrar tus versos
en la tierra que nunca te olvida,
en la piel de quienes aman
y luchan por lo que importa.