Irmaelvira Tamez

EN MIS MANOS

La lluvia me llevó a recordar esa vez

a la media noche; el olor de tu cuerpo,

el sabor de tus dedos, los monosilabos del éxtasis,

llegué por mi propio pie hasta tu puerta,

ya no era niña, era una mujer

en busca de sensaciones fuertes.

Por la cortina mal cerrada

se filtraba un rayo de luz

y tú perfilabas mi silueta iluminada,

sonaban en la radio viejas canciones,

que estando a tu lado parecían nuevas.

Todo era azul, la cama, las paredes,

tu alma y yo. Me sumergí

en aquel ancho mar hasta encontrarte,

ya enredada en sus aguas,

me enredé tambien en ti.

Empezaste a morder suavemente

la punta del dedo gordo de mi pie derecho

hasta llegar al hombro izquierdo sin premura.

Mi corazón apuntaba hacia el norte

y tú eras sur,

pero en el edén no hay brújula

que marque el rumbo

y siendo peregrina,

no tenía porqué detener mi paso.

Sabíamos que en esto no había amor,

pero entre tanto beso,

me sentía enamorada ¿porqué no?

Ya nada importaba,

el norte estaba lejos y el sur en mis manos.

Ya no llovía y esta vez fuiste tú

quien tocó la puerta,

con una sonrisa en los ojos y una promesa

de no prometer en vano,

al fin que no había amor entre nosotros,

ni eternidad, ni azahares;

mucho menos las ganas de quedarse.

Esta vez empezaste a morder con lentitud

mi corazón y mi pecho buscando instalarte.