Khazz Hunter

Dios Te Soño… Y Yo Te Encontré..

Dios Te Soñó, Y Yo Te Encontré

 

Apareciste un día como un suspiro de Dios en medio de mi rutina, como si el cielo hubiera decidido posar un milagro frente a mí. En tus ojos encontré una calma que nunca supe que necesitaba, y en tu sonrisa descubrí un motivo para esperar con ansias cada nuevo amanecer. Desde entonces, todo cambió. El mundo se volvió más suave, más lleno de luz… como si tu presencia tuviera el poder de transformar incluso los días más grises.

 

Te veo entre jornadas de trabajo, entre voces que van y vienen en la oficina. A veces ni siquiera podemos hablar mucho, pero tu sola cercanía basta. Y sin embargo, el trabajo se vuelve una cárcel cuando lo único que deseo es escapar del tiempo, llevarte lejos, y dejar de contar horas o minutos. Quiero contar momentos. Pero los días ahí se arrastran… se hacen eternos. Como si el tiempo supiera cuánto duele no tenerte cerca.

 

Y cuando por fin estamos juntos, el universo parece burlarse de mí: los minutos se van volando. Me desespero al ver cómo el reloj asesina cada segundo a tu lado, como si el tiempo no soportara vernos felices. Aun así, son esos instantes donde más vivo me siento. Porque tu risa —esa risa que acaricia el alma— me recuerda que la felicidad existe, aunque dure poco.

 

Eres hermosa de una forma que no cabe en palabras. No solo por lo que se ve, aunque es imposible no perder la cabeza ante tu belleza, sino por todo lo que transmites. Tienes una dulzura con la que tratas al mundo que me desarma. Cada gesto tuyo, cada mirada, me hace pensar que eres un ángel disfrazado de persona, y que fui bendecido solo por haberte cruzado en mi camino.

 

A veces imagino que el tiempo se detiene cuando estamos juntos. Fantaseo con un mundo sin relojes, donde pueda tomar tu mano sin miedo a perderte, donde cada segundo sea eterno. Te imagino junto a mí, en un parque, en un café, en la playa… o simplemente en silencio, compartiendo el milagro de existir. Y en cada uno de esos sueños, tú siempre sonríes.

 

He vivido muchos días, pero ninguno como los que paso contigo. Hay algo en tu forma de hablar, en tu manera de escuchar, que me hace sentir distinto. Como si por un instante yo no fuera un simple mortal, sino alguien que puede tocar el cielo con los dedos. Tú no lo sabes, pero cuando me miras, el mundo deja de doler.

 

Me enamoré de ti sin aviso, sin planearlo. Me enamoré de tu voz, de tus gestos, de tu forma de existir. Y ahora no sé vivir sin pensarte. Cada canción me habla de ti, cada poema te nombra, cada noche te extraña. Aunque no estemos siempre juntos, tu recuerdo me acompaña en cada paso. Te has vuelto parte de mí.

 

Y sí… a veces tengo miedo. Miedo de que el destino no nos dé el tiempo suficiente. Miedo de que la vida nos lleve por caminos distintos. Pero cuando pienso en lo que siento por ti, sé que esto va más allá del miedo. Porque lo que siento no tiene fin. Es un amor sereno, pero profundo. Como un río que fluye con fuerza bajo una superficie tranquila.

 

La mujer de mis sueños no es un ideal. Eres tú. Estás aquí. Te veo, respiro el mismo aire que tú, y hago lo posible por disimular cuánto me importas. Pero por dentro, grito tu nombre en silencio. Y aunque no te lo diga siempre, cada vez que te miro, mi corazón late como si te hablara.

 

Si pudiera pedirle algo al universo, sería simple: un poco más de tiempo contigo. No necesito promesas ni paraísos, solo más minutos a tu lado. Porque cuando estoy contigo, todo tiene sentido. Y si algún día la vida me regala la dicha de caminar a tu lado para siempre… entonces sabré que todos estos días eternos habrán valido la pena.