Hoy desperté con el mundo en guerra,
aunque nadie disparó.
Las miradas me apuntaban,
pero ninguna me vio.
Caminé por avenidas de sospechas,
donde cada sombra me seguía,
y hasta el viento que me rozaba
susurraba traición e ironía.
Los rostros eran antifaces,
las sonrisas, trampas sutiles,
y las voces, como lanzas
cubiertas de perfumes febriles.
Pensé: “me acechan”, “me envidian”, “me odian”,
como si el universo conspirara…
pero era solo mi mente,
dándole cuchillos a la nada.
Fui castillo sin defensa,
rey de un reino imaginario,
donde el enemigo más feroz
era un eco solitario.
Ya no sé si camino o floto,
si soy carne o sólo idea,
si mi cuerpo me obedece
o si mi alma lo pasea.
He mirado a todos con miedo
como si fueran hienas al acecho,
pero al mirarme en el reflejo,
no encontré ni mi propio pecho.
Tal vez no me odian, ni me espían,
ni cuchichean en rincón oscuro…
tal vez soy yo, el que ha tejido
un infierno sin muro.
Y entonces, con un suspiro seco,
descubrí la conspiración real:
no había enemigos en la sala,
solo un yo… que ya no era igual.