No somos perfectos, lo sé, y a veces nos cuesta entendernos,
hay días grises, silencios largos, momentos de perdernos.
Pero cada vez que elegimos quedarnos, aun con dudas en la piel,
es una forma hermosa de querernos y de volver a creer.
Discutimos, dudamos, callamos, y a veces nos duele el intento,
pero también reímos, soñamos, y en cada abrazo, renuevo mi aliento.
Porque amar no es nunca rendirse ni huir ante el primer tropiezo,
sino aprender a reconstruir lo nuestro, ladrillo a ladrillo, beso a beso.
Esto que somos no nació de la nada, se forjó entre errores y aciertos,
con el arte sutil del perdón y la valentía de abrirnos completos.
Y aunque a veces el cansancio nos pese y el miedo nos hable al oído,
yo creo en lo nuestro, en el tiempo, en el amor compartido.
No quiero que seamos perfectos, ni sueños de cuentos ajenos,
quiero que seamos reales, humanos, imperfectos y sinceros.
Que nos escuchemos con el alma, sin máscaras ni disfraces,
y aprendamos a amarnos en los detalles, en los gestos, en los enlaces.
Todo es un proceso, lo sé, un camino de pasos inciertos,
pero vale la pena si estás tú, si tus ojos son mi puerto.
Sigamos caminando, mi amor, sin miedo al error ni a la duda,
porque juntos, de la mano, somos más fuertes que la bruma.
Y si alguna vez el miedo nos visita y la noche parece infinita,
recordemos que los sueños se construyen lento, gota a gota, cita a cita.
Que cada caída es solo un motivo más para abrazarnos más fuerte,
y que el amor, cuando es verdadero, no se rinde: se reinventa y se convierte.
Sigamos caminando, incluso si el sendero se vuelve incierto,
porque la vida, contigo, es la aventura que siempre quiero.
No prometo días perfectos, pero sí mi mano en cada tormenta,
mi risa en cada amanecer, y mi corazón que nunca se ausenta.
Porque mientras sigamos caminando juntos, paso a paso,
no habrá duda ni temor que pueda romper este lazo.
Y al final del día, cuando el mundo se apague y todo sea silencio,
lo más valioso será siempre eso:
seguir eligiéndonos, una y otra vez, sin arrepentimiento.