El fantasma que me habita
no es ella.
Es el eco de lo que pudo ser
si el universo hubiera tenido piedad.
No ocupó solo mi cama —
ocupó mi visión.
Se volvió la medida de todo,
no por ser perfecta,
sino porque encajaba con mi caos,
mi hambre,
mi ritmo.
Hizo que la vida
se sintiera cinematográfica.
Y ahora todo lo demás suena a ruido blanco.
Su luz me dejó ciego,
y todo lo que vino después
parece apagado.
No es su cuerpo lo que me ata —
es la vida que despertó en mí.
Ese estado crudo de estar vivo.
Tal vez un día, sin esperarlo,
una mujer diga algo absurdo,
valiente o bello,
y por un segundo,
me devuelva esa chispa.
Entonces entenderé
que no era solo ella.
También era yo.
Con la química justa,
el instante correcto,
y el corazón dispuesto.
Ella tocó algo eterno en mí,
y esa parte…
hoy se siente muerta.
Estoy esperando a alguien
que hable el mismo idioma.
Mientras tanto,
la escribiré.
Verso por verso.
La dejaré habitar mis poemas,
no mis noches.
Así es como voy a reconstruirme.
Así es como vuelvo a ser fuego.