Nos conocimos como dos hojas caídas,
arrastradas por el viento del destino,
sin saber que un día…
íbamos a florecer juntos.
Éramos amigos,
cómplices de juegos,
de secretos en papelitos doblados
y risas que curaban todo.
Pasaron los años,
y tus ojos ya no eran los mismos.
Tampoco los míos.
Un día, al mirarnos,
no hablamos de amor…
pero el silencio lo dijo todo.
Ahora te tengo de la mano
y recuerdo aquel primer “hola”,
como quien encuentra en su infancia
la profecía más dulce
de su futuro.