Tu voz era el mar,
y en sus olas flotaba
el eco de tus versos.
Hablaste del viento,
del sol,
de la luz que se escurre
entre los dedos de los días.
Pero también hablaste de la ausencia,
de la sombra que nos arrastra
como un barco sin timón.
Te fuiste lejos,
al exilio,
y tu poesía se convirtió
en la brisa que huye
hacia tierras ajenas.
Sin embargo,
nunca dejaste de mirar el mar,
ese que te hablaba de casa,
de la infancia perdida
y del amor que se pierde
en el horizonte.
En tus versos las estrellas eran
más que sueños,
eran faros que guiaban
a quienes como tú
se adentraban en la oscuridad.
Y aun cuando la guerra te despojó de tus tierras,
tu voz nunca dejó de cantar.
Cantas todavía,
con el viento que no cesa
y el mar que nunca calla.
Escribiste para la esperanza
y para la pena,
con la pasión de quien sabe
que el tiempo pasa
y que nada se olvida
si se canta con el alma desnuda.
La luz de tu poesía
sigue ardiendo
en las sombras del mundo
como un faro eterno
para aquellos que buscan
la orilla.
Y en este silencio que nos cubre,
te nombramos, y en cada palabra tuya
el mar vuelve a hablar, el viento vuelve a bailar,
y tu memoria sigue flotando en las aguas
profundas de nuestra nostalgia.