Discurso sobre la naturaleza del poema.
Que el verso no sirva de adorno sumiso,
ni embriague el oído con prosodia vana;
el arte no existe si no hay compromiso
con esa inteligencia que lo desgrana.
El poema impone con virtud severa:
concepto, estructura y fuego legítimo,
no es lirismo mediocre de primavera.
Que tiemble el idiota que escribe al azar,
que rima “estupidez” con “ilusiones”,
que crea, que el arte lo único es llorar
y excrete emociones por sus impresiones.
Yo no compongo: yo declaro mi axioma,
la forma me sirve y a veces refuerza,
y el tiempo se acata, aunque este me carcoma.
No debe un escrito claudicar al ego,
ni a simbolismos huecos que al vulgo exalta.
El poeta, si aspira a ser solariego,
debe abrir su cráneo cuál urna alta.
La palabra es un templo, no fantasía,
y su arquitectura se vuelve así ciencia
cuando el ritmo demanda filosofía.
¿Consideras que escribir es dar el alma?
El alma es ese el tributo, no una oferta.
El mal texto que vibra sin tener calma
es solo un aborto de cabeza muerta.
Quédate en tus páginas de melodrama,
no tallas estructuras con bisturí,
menos reniegas sangrando al epigrama.
No todo lenguaje que martilla es arte,
ni toda emoción que desangra es saber;
el zeugma no nace por desbocarte,
la suma es sincronía el verbo y el ser.
Rigor y sentido deben fundirse,
la estética sin tesis es ornamento,
y la idea sin forma no puede abrirse.
La métrica no es cárcel: es la llave.
La rima no esclaviza: afina el alma.
Todo gran poema es hierro que sabe
doblarse al latido sin perder calma.
Versificar no es pintar con brocado,
es tensar la idea hasta su ruptura
y volverla exacta, feroz, sagrado.
Por eso le instruyo, sin falsa modestia,
que el verso elevado requiere fineza.
Que el fondo es origen y la forma, arista,
y solo el rigor corona su belleza.
No todo “poeta” merece ese nombre.
Sólo aquel que forja verdad y da forma
es digno del título que no se esconde.
No basta una imagen de luna o flor
ni abusar del humo del “yo sufrido”,
ni hablar de la muerte como un rumor
que vende la pena como sentido.
El texto exige tener colmillo,
romper el papel si le dan esquela,
volverse diacronía para el cuchillo.
La flores que mencionas ya huelen a rancias,
el dogma demanda dientes de juicio,
no llanto mal dicho ni pinche arrogancias,
ni corazones falsos como artificio,
tu luna gravita sin coordenadas.
Proclamas “metáfora” a un andrajoso déjà-vu
y “duelo existencial” a necias pavadas.
Que huya lejos de gestos de calendario,
de frases que hediondas a canon barato,
de lo docto o escrito con diccionario
que suena profundo y nace insulso y chato.
Que una frase valga más que mil poetas,
que ofenda a los gilipollas de la estética
y que manchen con tinta con sus rabietas.
¿De qué sirve el ritmo si no fusila?
¿De qué la metáfora si no infecta?
¿Para qué rima quien nunca vacila
ni escribe de frente su propia secta?
Mejor un silencio que mil batallas
que suenan muy bien, pero no resisten
ni un golpe de rabia menos las fallas.
¿Crees que ilumina tu flow moderno?
Rimar en once exige disciplina.
Si escribes “feeling” y cero cuaderno
mereces un índice de rutina.
El arte no es desmadre, ni es fonema.
El arte es gobierno y ley polisemia
y el canto: sentencia con diadema.
Por eso, si escribes, nunca te presumas.
No das consejos: balbuceas, basura.
Tus versos no laten, solo los exhumas,
tu diéresis suena, solo se fractura.
No enseñas. Apenas dejaste señales.
Y si… claro hay justicia en esta palabra,
olvida tu nombre: a nadie das reales.
No toda emoción se talla con compás,
ni todo pensar requiere tiranía.
Hay texto que fluye sin usar jamás
una métrica fija ni melodía.
Si un verso sin regla despierta conciencia,
no es caos gratuito: es alma que arde y funda.
No niega la forma, la quiebra y potencia.
No es arte escupir con patético estilo,
ni un verso que ladra, mendrugo y perdón.
El ritmo no tiembla: decapita al hilo,
y exige noción, no vómito o sermón.
No hay mérito en llantos sin arquitectura,
basura con cura, son lástima impresa,
El poema es juicio, sentencia y altura.
La hechicera de las Letras.