Ella (voz en off, gélida):
Te cito ante la Corte del Dolor legítimo
acusado de ausencias, de culpas no prescritas.
Tu amor fue intermitente, tu pacto ilegítimo
firmado entre promesas y cláusulas marchitas.
Él (sarcasmo bien planchado):
Y tú, que con miradas fingías edicto
decías bien que amarme era suerte maldita.
Tu voz fue un indicto, tu piel, un veredicto
de condenar sin juicio, de herir sin medida.
Narrador (neutro, porque alguien debe):
Los cargos ya están puestos, la cita está marcada.
El alma comparece aunque el cuerpo vacila.
El juez es el Silencio. La Sala, la Nada.
Narrador (voz neutra, estilo documental de desastre):
Desfilan uno a uno los restos del intento:
las cosas que dijeron más que cada palabra
las risas ya guardadas en el sótano del viento
y todo lo que amaron antes de esta macabra.
Testigo 1: La amiga omnisciente
Yo vi las señales, lo juro por mi vino.
Advertí de su ego y de su desconcierto.
Pero tú, tan terca, le hiciste tu destino…
y ahora vienes hablando con el corazón abierto.
Testigo 2: El playlist compartido
Toda canción que sonaba en su coche
es ahora tortura en versión acústica lenta.
Cada letra feliz fue un ladrillo en su noche
y cada ‘Te amo’ es una nota violenta.
Testigo 3: El peluche olvidado
Aún guardo su perfume. Aún huelo a la cama.
Me dejaron aquí, debajo de esta caja.
A veces la gata me mira con drama…
y entiendo el vacío que su ausencia me baja.
Narrador (mirando a cámara):
Los testigos han hablado. El amor se desmorona.
Y en la sala queda el eco… de lo que no perdona...