En tu mirada se abren las estrellas,
como se abren las flores
al sol de un amor imposible.
Tu voz era agua
que susurraba en los rincones del cuerpo,
y tus manos, de poeta y astrónomo,
escribían sobre el polvo
de este mundo que nunca deja de girar.
Entre tus versos
se despliega la galaxia,
y el hombre se convierte
en fuego,
en sombra,
en viento.
Generación que nació entre sombras,
entre las cenizas del viejo orden,
pero también entre el anhelo
de un nuevo amor,
un amor que habita en los cuerpos
y en el aire, que se convierte en luz
cuando ya no hay sol.
Tus palabras eran ecos
del abismo que nos llama,
y en ellas resonaba el alma del mundo
como un río sin principio ni final.
Te buscaban las manos de tus amigos,
te acompañaba la lluvia de la memoria
y el cielo, que siempre fue tu aliado,
te abrazaba como a un hijo que regresa a casa.
En ti, la muerte y el amor se entrelazan
como dos ríos que se funden
bajo el mismo cielo.
Y en tus versos, el ser humano
es un alma que se deshace
y se reconstruye
con cada palabra que brota.
Nos dejas la raíz del amor
como un árbol que sigue creciendo
aunque el viento lo sacuda.
Hoy, sigues viviendo en la tierra,
en el aire,
en el agua
y en cada palabra
que busca la eternidad.