Siente la madera
cantarle al andar,
la brisa sincera
lo invita a soñar.
Las ramas se inclinan
con dulce rumor,
y el niño camina
siguiendo su amor.
El musgo respira,
la luz parpadea,
y el niño suspira
bajo la marea.
Baja la colina
el sol sin hablar,
y el niño adivina
que va a descansar.
Las sombras lo envuelven
con tibio calor,
y estrellas resuelven
bañarlo de amor.
Silencio dorado
late en su mirar,
y queda encantado
sin querer hablar.
A los niños que ven con el alma, juegan con el viento y entienden el lenguaje de las flores. a quienes conservan esa mirada, aún siendo grandes.
A este niño, de un caso real, que se va a la jornada con su padre y regresa al atardecer. No hay madre en casa que lo cuide, en su nacimiento, ella ha pasado de oruga a mariposa, pero es un niño feliz que el padre ama y las estrellas cuidan.
Mi aprecio a los padres, que hacen florecer a sus hijos que han perdido a sus madres.