angelinho

Epístola a Lucinda

Salutaciones de las más gratas doy,

las más profundas, solemnes, debidas,

las más frágiles, fuertes, vigorosas,

a la par inseguras y vehementes,

con amor, recelo y veneno;

unas tan desnudas de toda lógica

que si el gran cielo cae me lo comprende.

  A vos enfilada está esta epístola,

¿quién es que osa mandar al ido seso

a los brotes del alma entender,

a la pluma derramar sus entrañas

y al tácito corazón exprimir?

Vos, sois vos, la amada mía en cuestión,

la chica no diosa que me es bendición.

Grado a vuestro padre, a vuestra madre,

que a ausentes las verdades y razones 

pudieron engendrar tal ninfa musa,

de rezos en capilla vuestros genes;

rezos, al cabello crinado terso

que hubo sido tallado del ébano,

rezos, a los rayos de luz que carpen

al mal motín que anda en mías lumbreras,

rezos, a los sonrosados, ardientes,

tiernos, dulces, serenos labios vuestros.

  Cuánto entendimiento tenia Platón

sobre las badomías del amor,

el amor más allá de lo carnal

vadeando lo que puedo palpar,

¿sois conocedora de Platón, dama?

Dudo siquiera que hayades a los clásicos

haber abierto o cuando menos visto,

Ya sé que sois un poco cendolilla,

pero no me hace guarnecer espirtu

una semejante banalidad,

a mal o buen grado me atraéis así,

y es que hay en vos algo tanto poderoso

que al amaros asaz me olvido desto,

y no está en vuestro gesto ni en el cuello

albugíneo enhiesto ni en parte otra,

es pasión que en el ánima se entronca

arraigado a lo puramente bello,

vuestra virtud amo y nadie me expolia.

  Me dicen mis sospiros que he de huir,

escapar, distar de vos y dejar

mi contentible contumacia tosca,

pero hay cadenas en mí incorpóreas

que habéis bruñido sin viva consciencia,

y agora, desdeñables ligamentos

muerto me tendrán bajo tus pies fríos,

rendido, con crüeza hasta que falte.

  Lo he intentado una, dos, vez y vez otra,

he avistado más mujeres hermosas

de las que el recuerdo es existente,

y taciturno y álgida tibieza

son los adjetivos que se me acuerdan

al mirarlas pasar con su elegancia,

porque sois vos la que da turbación

a mis emociones con sinestesia,

más nadie deja al corazón corito.

Habrán mujeres con busto mayor,

quizás del cuerpo más idealizado,

más altas, bajas, con oropeles,

relumbrones y algunas baratijas,

de una posición alta o mejor,

con divinos cánones de belleza,

más sagaz o culta, ¿qué importa?

Como vos el pulso nadie me refrena.

Váyase todo eso terrenal fútil 

que quien conquista el sentido quimérico 

conquista cerebro, vida, alma, todo.

  Os confieso que me dilaceráis

y preciso es que no es por ser baja,

bajo yo si eso, soy yo enemicísimo

de mí mismo, algo sin efugïo.

No, lo que se está en mi verso expresando

caso diferente, es desasosiego;

desasosiego mío desidioso,

¿ado voy si no me amades en vida?

Todo el son de las sendas tan confusas

y no poder aberruntar ninguna,

insólitas, inhóspitas, oscuras,

¿y cómo elegir aquesta, aquella,

por la yerta, la estüosa, aquí, allí?

Son todos emboriados los caminos

si es que ando sin vos, ¿sin mí partiríades?

Marchaos entonces y con vos el estro,

ya suficiente crúor perdí en esto,

no puedo ayudar en cómo he seído

soy y seré, estando en término opuesto.

  Si partís, no me amáis ni me amaréis,

mejor dejar molesto manifiesto.

Ay, este escrito epistolar, honesto,

no llegará sino

a cajón funesto,

perdida otra obra en vasto mar undívago

se va, no os llegará, se perderá.