Arráncale a la vida, que el tiempo nos va consumiendo. Agradece lo que vives, así se te vaya el aliento en ello.
Somos instantes, incluso en nuestros mejores tiempos, tan fugaces como esas estrellas que iluminan el firmamento.
A nadie rechaces, pues Dios te pone en tu lugar, aunque a veces la vida parezca una pesadilla, un tormento... No olvidemos que, al final, solo son momentos.
Indaguemos en el tiempo y recojamos frutos eternos, esos son los que valen la pena, no los que dan sustento, aunque a veces nos desviamos del camino correcto.
No sé si por tontos, obcecados, obstinados o molestos, pero centrarnos en la búsqueda de la paz es lo que realmente sana la mente y el cuerpo.
Dejemos de perseguir falsos supuestos y obremos con certeza, desde el corazón, apartando el egoísmo y los deseos.
Abandonemos la carne y vibremos con lo eterno, con la energía del universo, la que nos da la vida y nos guía hacia el cielo.