William Keith Sutherland

OLVIDO (William Keith Sutherland. Del poemario Chem No Rume)

Del Poemario Chem No Rume, año 2018. Ediciones Calafate

I.S.B.N. 978-956-393-359-8

Registro de Propiedad Intelectual N° A-285867

 

 

No me llevó la muerte, no pudo. Mi lengua hermafrodita, desencajado útero, llora su ira en cada verso, grita una canción urgente desde un limbo trágico, vertiente en verso que corta por peso bastiones todos, como una caricia desnuda al borde del abismo de una palma nebular.

Ahora, recojo mi cuerpo entristecido, como carbón milenario, profanando lo sagrado en la casa del orate mayor con mi sangre eterna y consumida.

Mis pasos romperán aquel paño que cubre al mundo. Llegaré como un extranjero, como amor que no exige réplica, y mi frente será lápida, una vereda en llamas, y mi rostro, un sol renegrido, absorbido al otro lado de los labios, y mis ojos, excavación para los muertos.

Diez mil soles han pasado, y el ancla llevo a cuesta como una cruz. Mi santuario de mármol lumaquela reconoce tus voces en esta catacumba flotante del Estrecho, donde el pómulo empinado hizo a sus hijos.

Qué difícil es decir lo más evidente de esta tierra de espanto y desconsuelo.

Arde el vientre como mierda fresca, como un panteón sumergido en un tiempo que nos olvida, en una alegría que desenfundó sus sogas y erigió postes incólumes como árboles en esta selva austral, sembrando flores de un cementerio lejano, violando el útero en sus palacios, cortando la yugular del deseo amoroso y desposeído, asfixiando el cordón umbilical de la carne y los sueños del pobre.

Doy paso firme hacia el duelo suspendido por tu dios abyecto. Endilgo mis huestes de huesos ajenos, a recorrer las calles frías y enmohecidas, calles de tierra que abrió la mano cruda sintiendo la bóveda craneal de dios en la barriada, explosada en el corazón palpitante de un parto atemporal, lluvia y designio perpetuo del existir caído, sueño insomne en medio de imágenes cansadas y cuerpos atónitos, devorados por el temor, como mirada de niño proletario, con su pupila sincera y pura, aquella que sostiene más verdad que cien salmos y mil dioses. Mi cuerpo arrastra tu podredumbre, como un metal guacho y oxidado, perdido en la columna vertebral de los bordes del austro.

El mundo quiso hacerme mundo, y en ello me quitó el andar. Ahora mi desierto se extiende sobre tu obscena y genocida aureola. Sembraste sordos de silencio, mudos de espanto e impotencia, de desconexión y apatía, como palabra que sujeta una realidad en un sueño ausente. Fuiste el martirio para el torturado, dejaste pena silente y escarnio, clavaste el hacha en el deja vu de la vida.

Ahora, que camino como un grito en medio de este silencio sepulcral, dejaré mi marca sobre el animal que ríe, colmaré de liquidez seminal el arrebol de las alturas, y los trópicos encenderé como embriaguez en un santuario, y abriré, la puerta oscura de esta casa de putas, y en la soledad y abandono de la vesania de este potrero circular, caminaré desnudo.

Tocaré tu puerta como un sepulturero. Seré el eslabón perdido que une tu sangre a esta tierra sedienta.

Reconocí el cuerpo en la arena, tendido como un cetáceo nocturno, anquilosado a la vertiente láctea universal. Escuché mi voz de vida en la caverna de los dioses, y vi frente a mí, las fauces de la muerte.

Soy el desaparecido, el verbo que borraron, la palabra sin decir, más allá de todo palimpsesto. Soy quien abrió el corazón como piernas al parir, con la mandíbula desencajada. Soy quien suda partos cuando me olvidan, y sangre en su labor. Soy el hierro negro, ardiente como bala. Soy quien muda las palabras recién nacidas, y soy, en definitiva, quien encalla como un planeta en ti, como un beso que deja salir al gemido más impronunciable, aquel que deambula tus noches.

En fin, soy quien dice al mundo desde esta tierra sumergida: “no me abandones”.