Ella:
¿Quién fue, si no tu verbo, mi arcano y mi quebranto
la llama prometida que tornóse en ceniza?
Él:
Y tú, ¿no diste abrigo con hálito de espanto
ceñida en tu decoro, vestida de premisa?
Ella:
Yo amé con todo el pulso que otorga la entelequia
mas tú, doliente esfinge, callabas tu sentencia.
Él:
Y fui, sin serlo, esclavo de tu mirada ecléctica
vestí la desventura, bebí de su presencia.
Ella:
Mi alma fue relicario, tu amor fue simulacro.
Él:
Y el tuyo, un sacrilegio disfrazado de templo.
Ella:
¿Nos queda redención o solo el simulacro?
Él:
Nos queda este naufragio… que en silencio contemplo.
Ella (demandante):
Levanto esta querella ante el juez del destino:
juraste amor eterno… y diste intermitencia.
Él (demandado):
Objeción: fue mutuo el fallo y el desatino
tu afecto fue contrato sin cláusula de esencia.
Ella:
Te acuso de omisión, de fraude en el afecto
de prometer abrigo y dar solo apariencia.
Él:
Y yo te imputo el arte de ocultar el defecto
de exigir devoción sin mínima indulgencia.
Ella:
Exhibo las cenizas como fiel testimonio.
Él:
Presento los silencios como prueba en contrario.
Ella:
Declaro, ante el Amor, tu alma en abandono.
Él:
Yo firmo esta demanda con mi rastro solitario.