Oh madre, mi faro, mi alma errante,
¿qué será de mí cuando el eco muera?
Sin tu amor, mi vida será distante,
y el mundo se tornará en cruel frontera.
Deja la tumba abierta, madre querida,
que mi llanto será un mar sin orillas,
y mis manos, vacías, en su herida,
buscarán tus huellas en las sombras y horquillas.
No sé cómo vivir sin tu calor,
sin tu voz, que calma mi tormenta,
sin tus ojos que iluminan mi dolor,
como la luna que, en su fuga, se inventa.
El día que la muerte te arrope en su manto
y el viento se apague en tu último suspiro,
seré sombra errante, seré un quebranto,
y el alma se tornará en vacío giro.
La vida será un sepulcro sin miradas,
un callejón sin fin ni huella que seguir,
y aunque el mundo me brinde sus jornadas,
será un eco vacío… en mi sufrir.
Por eso, madre, si has de partir, deja
la tumba abierta, que yo iré sin miedo,
que mi corazón, que se ahoga en su queja,
te buscará en la negrura de mi credo.
Tu ausencia será el dolor más profundo,
mi alma errará, vacía y perdida,
pero mientras me aguarde en este mundo,
déjame seguirte, madre, sin vida.