Llueve.
Pero no afuera…
Llueve en el alma.
Una lluvia sin ruido,
sin relámpagos,
sin prisa.
Una lluvia que limpia
sin mojar la piel.
Cada gota es un recuerdo,
un “te extraño” que no dije,
una mirada que se fue
sin despedirse.
En el silencio,
la lluvia canta bajito,
como si el cielo
también tuviera un amor
que no pudo salvar.
Y yo,
que camino entre charcos de ausencia,
escucho cómo el corazón se deshace
gota a gota,
verso a verso,
en el poema que nunca te leí.
Porque hay lluvias
que no caen del cielo,
sino del alma…
Y esas son las que más duelen,
las que más sanan.