Se nos quebró el corazón
como vaso de recreo,
y te fuiste sin aviso,
sin alas, sin abrigo,
por culpa de un giro ciego.
Eras el alma encendida,
el sol en camiseta,
el rey del arco ruidoso,
el del abrazo sincero.
Ponías rock en la escoba
y barrías la tristeza,
sabías decir “te quiero”
como quien lanza una cometa.
Amabas a tus tres niñas,
esas hermosas princesas
que tocaban tu cabeza
como si rozaran seda.
Las llevabas en los hombros,
las regabas con historias,
les cantabas muy bajito
aunque el alma te colgara
como perlas de un hilito.
También eras el artista,
sí, a tu increíble manera
cuando imitabas a Leonardo
al pie de una escalera.
Cerrabas los ojos y
te brotaba voz de novela:
“Ella, ella ya me olvidó…”
y todos con risa suelta,
apurabamos cervezas.
No entiendo. No lo acepto.
Que una curva, un segundo,
un asfalto frío y necio
te arrancara de nosotros
como un pájaro hacia el cielo.
Hoy abrazamos tu casaca,
tu guitarra de bordón roto,
tu aroma a flores abiertas,
los cuadros con tus fotos.
Te guardamos tu lugar,
te abrazamos en tus hijas
que aún te buscan en la brisa
y pronuncian tu cantar.
Pero no te has ido lejos.
Juegas fútbol entre nubes,
guiñas un ojo en la acera,
atajas goles en el cielo
y cantas rock con las estrellas.