Ya sólo siente cucarachas en la panza.
No hay cacao ni rosas, hay caca y rocas.
Ya no lo ama, su alma clama mudanza.
Sueña la huida, pero la pasión sella su boca.
Cuando decide partir, el éxtasis la ciega,
la vuelve maniquí, un esponja de gozo.
Penetra su psique, ya no odia, ahora ruega.
Niega el horror, quiere más sexo, quiere más monstruo.
Está condenada a servir a un ventrilocuo.
Una mano que destroza sus entrañas por un poco de placer.
Una mano que estrangula su destino y prende su libido.
Un demente que finge voz divina mientras la arrastra al inframundo.
Está condenada a morir por su gusto.