Dicen que mis cenizas
fueron esparcidas en tierra de cultivo...
Ese polvo que llenó mis ojos por años,
soplaba el viento igual invierno que primavera,
fuese día o de noche.
Guardé mi risa quebrantada por largo rato,
los recuerdos se fueron borrando de a poco,
todos los días ansiaba que pasara algo,
lo que fuera, cualquier rayo de sol disipaba la penumbra.
Cuando me casé, yo fui la dote,
en ese tiempo la aceptó gustoso
y luego le pareció tan pobre.
Por dentro empecé a echar brotes y retoños,
crucé una senda de ideas crecientes que me daban miedo.
La tierra de cultivo se hacía más fertil con cada llanto,
pero yo por fuera, permanecía inefable,
sonriente y con la mirada cubierta
aún por las cenizas. Dentro, otro mundo a punto de nacer,
libre del origen las huellas se volvían libertad.
Un día me sacó del ataúd
y eso cambió mi historia.
Se disiparon moscas y zopilotes,
llegaron unos nuevos que esperan todavía,
pero el pasto es verde y fresco, no tengo intenciones
de volver a morir frente a nadie, todo será en secreto y,
la ceniza de mis ojos será la herencia, no la dote.