Tus palabras eran puertas
que se abrían al abismo
y cerraban sobre el sol.
A través de ellas,
el mundo se multiplicaba
en sombras y luces
que se entrelazaban
como en un sueño de espejos rotos.
Hombre de la palabra y el silencio,
te adentraste en el laberinto
donde todo es dualidad
y el amor,
como el fuego,
tiene su origen en el vacío.
Habías visto el rostro de la serpiente
y la espiral del tiempo
que nos traga y nos consume,
pero también sabías
que la única verdad
es la que se encuentra
en la mirada que se busca a sí misma.
Tu México,
el que no dejabas de nombrar,
era un jardín de contradicciones,
un río de recuerdos
que fluía entre lo sagrado y lo profano,
y allí,
como quien se ve reflejado en el agua,
te descubriste:
el hombre y el otro,
el instante y la eternidad,
el ser y la nada.
Tú decías
que la poesía es la búsqueda
del ser perdido,
y no había camino más claro
que el que se decía
entre la palabra y el silencio,
ese espacio donde el alma respira
y la muerte ya no existe.
Hoy,
te seguimos buscando
en cada verso que nos ilumina
y en cada sombra que nos arrastra.
En tu silencio, en tu palabra,
sigues viviendo,
como el eco que regresa
del fondo del mar.