La Hechicera de las Letras

Oficio de esclavos con nómina y café.

Oficio de esclavos con nómina y café.
 
 
Vestidos de traje, perfuman su muerte,
con citas, pantallas y frases de aliento,
la jaula se extiende hasta contraerse inerte,
firmada en silencio, contrato y cemento.
Sonríen. No saben. Obedecen bien
y trafican su espíritu al mejor plan,
con saldo en las venas y deuda en la sien.

 

La butaca giratoria es el altar
donde el alma, holocausto en cada jornada,
el dios es un jefe sin verbo ni hogar,
el mandato, más tiempo, menos posada.
Productividad es la nueva tirana,
los lunes son verdugo y el excel castigo,
con el salario, festejan con la insana.

 

Las bocas vomitan lo que no desean,
los ojos simulan que el brillo es real,
los cuerpos en fila gimen y babean
por migas de paz en un gris ideal.
No hay látigo aquí, pero sí hay protocolo,
y el vértigo se cuela en la cafetera
cuando el esclavo olvida cómo era el dolo.

 

Se paga la vida por cuotas sin piel,
se agenda el sufrimiento por bloques de hora,
se aplaude al que muere sin hacer papel,
se asciende a los muertos que fingen mejora.
El tiempo es el contrato, que se recuerde,
la muerte se firma con cada planilla,
la nómina calla, pero también muerde.

 

Marionetas modernas con plan dental,
uniforme en sangre y reloj en el hueso,
el sueldo es un beso semi-funeral
que estetiza la herida con su embeleso.
Hoy nadie se rebela, todos simulan,
hay café, hay metas, está el sueldo a la vista,
se pudren, se arrastran, así no se anulan.

 

Al tiempo se prostituyó el ser viviente 
en el retrete, con título y bonanza,
una alcancía de retiro indecente,
ningún maldito sacrificio se alcanza.
Ni puño que sangre por causa quebranta
y al final del juego, cuando se jubilan,
ni el alma les queda… menos la garganta.

 

 

La Hechicera de las Letras.