bohemio30

El amor no murió.

No, el amor no murió.
Sería más fácil si lo hubiera hecho.
Si se hubiese apagado sin aviso,
como esas luces que tiemblan un segundo
y se rinden.

Pero no.
Siguió ahí,
quieto,
respirando bajito en los rincones del alma,
como quien sabe que ya no es su lugar
pero no se atreve a marcharse.

Nos juramos amor.
Y cumplimos.
Con errores, sí.
Con tropiezos y silencios, también.
Pero con verdad.
Y esa verdad no se borra
ni con el tiempo,
ni con el olvido,
ni con las nuevas historias.

Después vino el silencio,
ese que no grita ni golpea la mesa.
El que llega con la madurez,
con la mirada menos ingenua,
con la certeza de que no todo lo que se ama
puede quedarse.

Nos volvimos a encontrar,
y el corazón, por un instante,
quiso creer que sí.
Pero fue el alma la que entendió primero:
ya no.
Ya no éramos los mismos.
Ya no quedaba un “nosotros” donde volver.

Y así lo aceptamos,
sin alboroto,
con esa paz que tienen
los amores que fueron casa
y no ruina.

El tiempo de nosotros pasó
como pasa el agua del río,
sin permiso,
sin pausa,
hacia un mar que no nos incluye.

Pero no hay rencor.
No hay reproche.
Solo esta ternura intacta
que no pide nada,
que no exige regreso,
que solo mira hacia atrás
y agradece.

El amor no murió,
solo se quedó donde debía quedarse:
en lo imposible.
Y desde ahí,
nos cuida en silencio,
como quien supo amar
y aprendió también
a soltar.

Después de veinte años,
tú y yo no somos los mismos.
Qué bueno.
Qué necesario.
Qué verdad.