(MiS Letras, para contar su historia)
Hoy mis palabras buscan un alma fuerte,
una mujer de temple, de destino inerte
a doblegarla, aunque el dolor la azotara,
aunque la vida su entraña quemara.
Sus ojos, dos pozos de noches vividas,
donde tragedias dejaron heridas,
pero en su firmeza, cual roca en el mar,
parecía imposible verla llorar.
Mas hoy, cual represa cediendo al torrente,
brotaron sus lágrimas, sinceras, torrencialmente.
No un llanto mezquino, de queja trivial,
sino el desgarro de un alma ancestral.
Mujer de mil batallas, de pruebas sombrías,
que eligió la lucha, venciendo las guías
del miedo y la duda, del frío temblor
que sube y revela la interna pavor.
Ella lo transformó, con fuerza bravía,
en coraza de acero que el alma vestía.
No crean que intacta su entraña quedó,
que en noches oscuras su pecho no heló.
En el baño, a solas, la luna testigo,
sufría en silencio, cual hondo castigo.
Un libro abierto su ser se mostraba,
un baúl sin fondo donde el alma cavaba
recuerdos amargos, de infancia sin luz,
padres ausentes, sembrando una cruz
de hambre, de frío, de cruda soledad,
una niñez herida, sin piedad.
Su hogar se rompió, el esposo la hirió,
y sola, en la sombra, su sino vivió.
Un techo prestado, sin fuego ni abrigo,
el suelo su lecho, su eterno fatigo.
Su hijo en la cama, pequeño tesoro,
mientras su alma luchaba contra el desdoro.
Sacrificio inmenso, semilla sembrada,
un fruto de esfuerzo, su estirpe elevada.
Caballero su hijo, de nobleza innata,
una joya forjada en la lucha implacable.
Y luego la sombra, la crisis profunda,
la garra que aprieta, que el alma confunda.
El cáncer, la bestia de nombre sombrío,
un sarcoma inmenso, un vacío sombrío.
Ocho kilos de horror que su entraña oprimían,
parte de su ser que sus manos perdían.
Y sigue de pie, con fuerza indomable,
luchando cada día, su espíritu amable.
Su cuerpo sanó, la batalla ganada,
pero las heridas del alma, callada…
Recordó mis palabras, cual eco constante,
dejar el cigarro, romper el semblante
de angustia y de miedo, ese frío escalofrío
que asciende y constriñe con poderío.
\"¡Llora!\", le dije, \"cual Niágara impetuosa,
derrama la furia, la pena, la cosa
que oprime tu pecho, que nubla tu aliento,
que ahoga la vida, tu sacro momento.\"
Y al borde del abismo, su voz tembló,
un recuerdo más hondo su alma quebró.
Niña pequeña, de cinco a ocho años apenas,
arrancada del nido, con cadenas ajenas.
Secuestro cruel, venganza nefasta,
un odio al padre, policía de casta.
Diez horas de horror, en la noche pérdida,
del seno familiar su alma escindida.
Recuerdos borrosos, de llanto constante,
un día bloqueado, un instante flagrante.
Diez horas de sombra, de helada tortura,
privada del afecto, de la calidez pura.
Su voz se quiebra al evocar la memoria,
un temblor la invade, cual triste escoria.
¡Oh, mujer, crisol de tanto quebranto!
Silencias las penas, soportas el espanto.
Golpes en el alma, heridas secretas,
la fuerza callada de tantas facetas.
Y dicen \"sexo débil\", ¡qué error tan profundo!
La criatura esencial que fecunda el mundo.
Regalo divino, sí, la vida que emana,
pero en sus entrañas su fuerza dimana.
Hoy tu historia resuena, cual grito valiente,
tus cicatrices invisibles, mi alma las siente.
Eres faro de lucha, ejemplo sublime,
que el miedo se vence, que el alma redime.
Que el mundo despierte, que abra los ojos,
y vea la grandeza, los hondos despojos
que tantas mujeres, en silencio, han llevado,
su esencia invaluable, su espíritu alzado.
Tu dolor es un grito, tu fuerza, una guía,
¡mujer esencial, la luz de cada día!
JTA.