De un encuentro fugaz, la memoria se aferra,
a una voz suave que el alma destierra
de la noche común, llevándola serena
a un reino de asombro, de pureza plena.
Veinte primaveras, tez clara y morena,
timidez que vela un espíritu sin pena.
En su hablar pausado, candor florecía,
un edén sin mácula, la vida que espía.
Moradas secretas de un fuego dormido,
ascenso vertical a un cielo inédito.
En su inocencia intacta, cual alba naciente,
hablaba un alma que ignora la serpiente.
Humildad serena, pureza que abraza,
como estrella solitaria en la noche escasa.
Diez minutos breves, un néctar sutil,
la esencia femenina, un lirio de abril.
Pura, incorruptible, sin sombra que hiera,
como la primera nevada en la pradera.
Y en medio del asombro, un silencio profundo
sellaba el instante, mi asombro rotundo.
Sigiloso encierro de mi alma observante,
su ser desplegándose, tan dulce, fragante.
Mi atención prendida, cual polilla a la llama,
sin saber que tejía la urdimbre que ama.
Mi corazón, libre hasta ese momento,
sintió una invisible, poderosa viento.
Sin lucha, sin queja, entregó su latido,
a esa luz genuina, a su encanto escondido.
Ignora el poder que su esencia irradia,
la honda atracción que en secreto irradia.
Es seductora en su total candidez,
un enigma dulce que embriaga mi tez.
Ignora la vida, sus sombras y engaños,
la esencia femenina en sus dulces años,
tan pura, tan simple, sin doblez ni error,
un milagro intacto, sembrando mi amor.
Me impresiona su ser, tan genuino y real,
belleza que el alma anhela sin igual.
Un amor nacido de la más pura fuente,
ella, la inocente, mi eterno presente.
Y el beso secreto que mi alma atesora,
es saberla dueña de lo que ella ignora.
Cautivó mi ser sin proponérselo siquiera,
inocente hechicera, mi eterna quimera.
JTA.