No bastaron las palabras,
ellas empezaron a hablar.
En conjunto con su cuerpo,
éste solo sabía temblar.
Tenía muchas cosas por decir;
sus palabras no le dieron consuelo.
Sentía un nudo en la garganta,
aquel que la tenía en el suelo.
Quería gritarte,
decirte todo con franqueza;
pero no le salieron las palabras,
tampoco tuvo la fortaleza.
Al final, hablaron las lágrimas,
traductoras de su pesar.
Porque cuando callan las palabras,
las almas saben llorar.