La lluvia vino en tu mantón
y el neón fue tu caricia
cruzaste al paso del telón
del cine viejo y su delicia.
Tus labios eran un refrán
cantado en radios de posguerra
y tu silencio, un talismán
de los que vuelan sobre tierra.
Gran Vía ardía sin razón
cuando encendiste aquella rosa
yo fui un farol sin redención
mirando a Dios desde tu prosa.