Me hablaste de un amor eterno,
de lunas llenas y cielos sinceros,
pero tus ojos —callados y tiernos—
escondían inviernos enteros.
Tus besos sabían a promesa,
pero eran tinta sobre agua,
palabras dulces con aspereza,
mentiras vestidas de calma.
Jugaste a querer con alma ajena,
te disfrazaste de abrigo en mi frío,
y yo, ciego entre tanta pena,
abracé la farsa como rocío.
La hipocresía bailó en tu risa,
como sombra tras la cortina,
y el amor, ese que idealizas,
murió sin dejar esquina.
No duelen tus pasos lejanos,
duelen los que diste fingiendo,
duelen tus falsos “te amo”
cuando sabías que estabas mintiendo.