Me reta,
con la furia fresca de quien aún cree
que el mundo se rinde ante una mirada.
Ella, tempestad de juventud,
viene con el ímpetu del relámpago
a querer domar al trueno.
Pero yo…
yo soy la melodía que se arrastra por su espalda
cuando el silencio pesa más que las palabras.
Soy el aire que hipnotiza,
ese que entra sin permiso
y le roba el aliento justo antes del suspiro.
Ella es fuego que recién aprende a arder,
yo soy la llama que no necesita leña,
que sobrevive entre ruinas
y sigue bailando bajo el aguacero.
Me lanza desafíos,
como quien cree que la experiencia
es solo una palabra vieja.
Pero no ha visto cómo mi ceniza
construye templos en la lluvia,
ni ha probado mi fe
cuando ya no queda templo donde arrodillarse.
Soy la pausa entre sus impulsos.
El eco que queda cuando su grito se apaga.
El borde del abismo que no cae…
porque ya cayó y aprendió a vivir en el fondo.
Así que ven,
júrame que puedes vencerme,
mientras yo, sin decir nada,
te enseño que soy el origen
de todo lo que aún no entiendes.