No me extañó su marcha; la esperaba;
me extrañó su partida sin reír;
porque se que también ella sabía
de que fue mi adorada flor de lis.
No le rogué quedarse; pues sus ojos
eran chispas de pálido cenit;
de aquel tiempo que juntos construimos
el ensueño mas dulce y más febril.
Y por ello, mirándola de lejos
a soñar nuevamente me atreví:
de que un día, quizás la misma senda
traería su luz de querubín.
Autor: Aníbal Rodríguez.