bohemio30

El adiós...

Aún la amaba.
Lo juro.
Cada rincón de mí gritaba su nombre en silencio,
pero tuve que decirle adiós.

No por falta de amor,
sino porque sus ojos…
ya no me miraban como antes.
Se habían vaciado de nosotros,
como una taza que alguna vez rebalsó de café caliente
y hoy solo guarda el eco del aroma.

 

No fue fácil.
Renunciar a los domingos con ella,
a las discusiones tontas que escondían ternura—
la marca del café,
el color de las sábanas,
las frutas que debíamos comprar
como si en esos detalles se tejiera una casa.

 

Renunciar a su risa,
a esa forma de mirarme
entre ternura y deseo,
al olor de su piel después de la ducha,
a los gemidos que rompían la noche
y me hacían sentir eterno.

 

Me fui con las manos vacías,
el alma hecha pedazos,
y el corazón arrastrándose
entre los restos de lo que fuimos.

 

Y aún así, me mantuve en pie.
Con las fuerzas escasas,
pero con la dignidad intacta.
Porque a veces,
el acto más valiente del amor…
es saber cuándo soltar.

 

Y esa fue la última vez que la vi.
Con el alma rota,
pero los ojos abiertos
para no volver a cerrar la puerta de mí mismo.