Laura Meyer

Cuando el amor se escribía

Cuando el amor se escribía

 

Antes, el amor no era efímero y no germinaba en los estados en línea, sino que se cocinaba a fuego lento, con la paciencia de quien siembra sin prisa y espera con esperanza.

 

Nacía en cartas escritas a mano, letra a letra, con tinta que parecía brotar directamente del alma. Eran hojas impregnadas de suspiros, de temblores, de emociones que no cabían en el cuerpo. Aún hoy, esas reliquias siguen atrapadas en la memoria. Y no es para menos: no eran simples mensajes, sino fragmentos palpitantes de un corazón expuesto, confesiones íntimas, entregadas con la esperanza de ser leídas con el mismo fervor con el que fueron escritas.

 

El destinatario de aquella misiva desentrañaba una y otra vez su contenido, como si cada palabra fuera un poema vivo, un eco del alma amada resonando a través del papel. Se leía con devoción, saboreando la singularidad de ese momento, con la lentitud sagrada de quien sabe que vive algo irrepetible. En cada lectura, el alma se sumergía profundamente en ese sentimiento, como si las palabras encarnaran la esencia misma del amor.

 

En aquel entonces, el amor no demandaba garantías, ni mendigaba validaciones. Bastaba con sentir, bastaba con la certeza silenciosa de saber que dos corazones latían al mismo compás.

 

Laura Meyer