La memoria juega con mi ayer:
¿fue real, o sólo un sueño?
Ese antes perdido,
cierto olvido,
la verdad detenida
en la rama de un árbol
que resiste al curso del viento,
a ese soplo vital
al que un día deberá entregarse
para caer y marchitar,
para ser alimento de las hormigas,
para vestir de otoño las entradas de las casas,
para que yo pueda despejar el pórtico,
y tener este quehacer para empezar el día.
Siempre hay un antes perdido
que regresa a nosotros,
olvidadizo, trivial,
con ese déjà vu
y esa mirada inadecuada e inevitable;
este olvido
que resiste a la memoria
y se escudriña inoportunamente.
Este polvo sobre la mesa,
los asientos vacíos,
el jardín convertido en ruinas,
este olor a sarro entre mis dedos.
La inquietante quietud
que embiste con preguntas
y afila las palabras como cuchillos,
que pare en mi boca un gusano de seda
y se deshace en el vuelo de las palabras.
La luz de luna de esta noche,
estos viejos zapatos que calzo,
este cadáver que va y viene
sin saber a dónde va.
¿Dónde está mi sepulcro,
dónde mi génesis?
¿Soy acaso un futuro pasado
que siempre regresa a su casa,
habitada de extraños?
¡Qué decadencia nos espera!
¿Cómo puedo hablarte con esta lengua
que ha perdido su lenguaje,
desde esta distancia sin huellas
que no puede contar sus pasos,
y que no tiene caminos de regreso?
Que mira con ojos de pesadumbre
lo que dejó de ser,
con los ojos de los desvelados,
con manos que no pueden tocar más piel
que su piel.
Que sólo tiene esta premonición
de un antes sin después.