En la penumbra de la noche,
donde las sombras bailan solas,
recuerdo las canciones de madre,
que nos cantaba con amor y voz suave.
¿Cuántas melodías nos acunaron?
¿Cuántas rimas nos hicieron soñar?
Pero el tiempo pasó, y olvidamos,
y a nuestros hijos les pusimos música clásica a escuchar.
Los miedos de la infancia,
que nos hacían temblar de miedo,
se disipaban con su voz cálida,
y nos envolvían en un abrazo tierno.
Los castigos suaves,
que nos tocaban el alma,
nos hacían reflexionar,
y nos enseñaban a ser mejores.
Pero también estaban las amenazas,
del duende que nos hacía temblar,
y nos corregía con un dedo,
y nos hacía portarnos bien.
Ahora, en la distancia del tiempo,
recuerdo esas canciones de cuna,
y me doy cuenta de su valor,
y de cuánto nos enseñaron a ser.
Quisiera volver a cantarlas,
a mis hijos y nietos,
para que sepan de dónde vienen,
y de dónde nace el amor.
Y aunque el tiempo haya pasado,
y las canciones se hayan olvidado,
en mi corazón siguen vivas,
y me hacen sentir la calidez de madre.