Vancouver

Barroco

Barroco

 

Hoy vengo aquí a impartir justicia, y no quiero que suene a metáfora. Tengo la pluma afilada como un cuchillo, poseída por vestigios de dolor y humanidad.

 

Las cartas marcadas yacen sobre la mesa, tengo sed y tengo hambre. Quiero escocer cada palabra en bruto, y grabarla no en piedra cincelada, sino en la piel de cada uno.

 

Me siento brutal como Hannibal. Siento la sangre y el barro, la mugre brotando por los poros de mi alma. Fluyo en este río de sensaciones fuertes, amargas y rojas.

 

Y en este punto, en medio de todo este caos, donde más me percibo salvaje, corro aparentando gritos para que nadie deje de pensar que ya perdí todos mis estribos.

 

Entonces, mientras mis saboteadores ríen, aturdidos por sus propias carcajadas, me voy despacio, escondido hacia el fondo, a lo más oscuro y embarrado.

 

Sin hacer ruido, empiezo a juntar y tirar, uno a uno, los peluches viejos de la ansiedad.

 

De a poco, abro todas las puertas del hotel de mi cabeza, y con ellas, las ventanas para que entre el aire fresco.

 

Mientras, en el piso de arriba, todavía se desata un huracán.