Hiroshi Imada

Solo un beso

En los ardientes valles,

florecían las doradas

amapolas y las suaves rosas;

eran caminos aflorados,

habitados por ruiseñores

que cantaban al verte

y volaban al irte.

Eras tan magnífica,

que tus ojos cerúleos brillaban

como el sol, grandiosa y

hermosa creación de Dios;

amaba el dulce sonido

que de tus labios se desprendía,

y el vestido tan largo que

ese día llevabas,

todo de ti amaba.

A veces, te veía llorar,

y con mi pañuelo secaba tus lágrimas,

preguntando la razón triste.

Nunca me quisiste decir

aquellos tormentos que te habitaban;

por eso tomaba tu dulce barbilla,

la alzaba con ternura

hacia mis ojos,

y en ese instante silente,

te besaba,

como si el mundo se apaciguara

por un beso.