Tu boca no es solo boca, es un incendio en mi piel,
un pecado que repito y nunca he de arrepentir.
Tus dientes, cortantes lunas, me desgarran con placer,
y en tu lengua encuentro el ritmo que me hace enloquecer.
Tus ojos no son miradas, son tormentas que me ahogan,
dos abismos donde pierdo y gano todas mis guerras.
Tus caderas son el ritmo de un tambor ancestral,
que me llama a adorarte, a morir en tu altar.
Déjame navegar en el río de tu cintura,
ser el barco que se hunde en tu dulce locura.
Que tus piernas sean olas que me llegan a ahogar,
y en tu pecho, mi puerto, mi lugar para amar.
Tus uñas no son uñas, son cicatrices de luz,
marcando en mi espalda el alfabeto de tu cruz.
Tus gemidos no son voces, son himnos de pasión,
cantos negros que me atan a tu religión.
No hay dios más verdadero que el calor de tu vientre,
ni infierno más ardiente que el deseo que me mientes.
Eres santa y eres bruja, eres mar y eres hiel,
la condena que abrazo, el cielo en que me pierdo.
Déjame navegar en el río de tu cintura,
ser el barco que se hunde en tu dulce locura.
Que tus piernas sean olas que me llegan a ahogar,
y en tu pecho, mi puerto, mi lugar para amar.
Porque el amor no es ternura cuando tú me desvistes,
es hambre que no se sacia, es la herida que persiste.
Es el filo de tu risa, es el morder de tu piel,
es saber que aunque me muera, volvería a elegirte.