La Rutina
Despierta el alma en punto, sin motivo,
con la alarma taladrando la conciencia,
repite el mismo café, el mismo archivo,
la vida en bucle… muda penitencia.
El reloj, dictador sin rostro amable,
marca los pasos sin dar alternativa,
y uno finge que el hastío es tolerable
mientras bosteza el alma, aún viva.
Camina el cuerpo como autómata torpe,
repitiendo gestos sin ningún sentido,
cada jornada es idéntica a la del norte,
un déjà vu por contrato concebido.
La sonrisa es postiza, el saludo, de molde,
el “buenos días” se arrastra desnutrido,
y el corazón —que aún sueña y se esconde—
lleva años sin latir convencido.
La rutina no mata, solo anestesia,
te va borrando sin que lo percibas,
te vuelve sombra, ausencia, amnesia…
te firma el alma en letras invisibles.
¡Oh rutina! Cáncer lento y elegante,
disfrazado de orden y de deber,
vienes suave, con rostro de amante,
y te vas… cuando ya no hay qué perder.