El olor del asco me inundó enseguida.
Un olor envolvente,
a putrefacción, ahogante.
Un olor de algo quieto, que se muere.
Los ojos se me humedecieron,
tal era su intensidad.
Un olor que retorció mis entrañas,
hasta sentirlas ajenas.
En aumento, con persistente terquedad.
Olor a deshecho, a corrupción, a final.
Olor rancio, indefinido, viejo.
Tan viejo como la maldad y el egoísmo.
Tan nauseabundo,
como la sangre recién derramada.