Me apoyo en el tronco del tiempo,
rugoso, firme, indiferente,
y me pregunto:
¿cuánto de mí es elección,
y cuánto es simplemente tierra adherida al andar?
El árbol no se mueve,
pero ha visto más que yo.
No corre, no huye,
sólo está.
Y en ese estar… comprende.
Miro hacia donde apunta mi rostro,
y no sé si es futuro o solo un reflejo del deseo.
Quizá vivir sea esto:
detenerse entre lo que se fue y lo que será,
y saber que la raíz más profunda es el presente.
No somos hojas al viento,
ni piedras quietas.
Somos preguntas con sombra,
seres que se inclinan ante el mundo
tratando de entender su propio brote.