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Campanas en Colliure

Campanas en Colliure

Suenan las campanas en Colliure,
y su eco, trémulo, retumba en Sevilla.
En esa Sevilla que lo vio nacer,
en esa Sevilla que jamás reclamó su cuerpo,
que no abrió la tierra para cobijar sus huesos,
ni alzó bandera ni cruz por el poeta desterrado.

Antonio Machado, alma errante,
amó su patria hasta el último verso,
y fue la patria la que lo negó,
como se niega el pan al que muere de hambre,
como se apagan las luces
cuando llega el que piensa.

Hoy, peregrinos de su palabra
acuden al rincón francés donde yace,
honran su tumba como santuario
de una dignidad que aquí aún se esquiva.
Y mientras, la tierra que lo parió
calla con el mismo silencio
con que calló ante el crimen de la inteligencia.

Es repugnante —sí, repugnante—
el olvido, la cobardía, la desmemoria:
la dictadura lo exilió al polvo,
la democracia lo dejó allí.
¿Qué nación digna abandona a sus poetas?

Solo esta,
país de charanga y pandereta,
como él mismo escribió,
repleta de patriotas de saliva
y de miserias disfrazadas de honor.

Machado no necesita honores.
Pero nosotros sí necesitamos justicia.
Porque cuando un país olvida a sus poetas,
se entierra a sí mismo.